Mensaje En Audio En Español
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El verano del 1966 Entronque de San Diego, Pinar del Rio Cuba, llegó con un calor que abrazaba la tierra y un cielo tan azul que parecía infinito. Mis padres habían decidido llevarnos a la casa de campo de mis abuelos y pasar ahí unas semanas de vacaciones. Este era un lugar lleno de vida, con gallinas picoteando por doquier, el sonido del molino girando con el viento y caballos que trotaban libres en el campo.
Yo tenía apenas cinco años, llena de esa curiosidad infantil que te lleva a explorar el mundo sin temor. Una tarde, mientras todos estaban ocupados con sus tareas, mis pequeños pies me llevaron a un caballo que estaba suelto en el terraplén. Allí estaba él: un caballo inmenso, de pelaje marrón oscuro y brillante, como un manto de noche, que parecía descansar en este lugar tan bello. Algo en él me llamó. Tal vez era la calma con la que permanecía allí, como si me esperara.
Me acerqué lentamente, con el corazón latiendo rápido pero sin miedo. Toqué sus patas con mis manos pequeñas, sintiendo el calor de su cuerpo y la textura áspera de su piel. El caballo no se movió, no hizo ruido; simplemente me dejó estar ahí y tocarlo, en esa extraña comunión entre una niña y un animal que parecía entender más de lo que podía expresar.
De pronto, sentí la necesidad de acercarme aún más. Me agaché y besé suavemente su barriga, como si aquello fuera lo más natural del mundo.
En ese momento, una voz baja y temblorosa interrumpió la quietud: —¡Hijita… ven acá, despacito! —Era mi abuela, llamándome casi en un susurro desde la puerta de la casa.
Me volví para mirarla. Su rostro, pálido y lleno de preocupación, me hizo entender que algo no estaba bien. Pero su voz no era de reproche, sino de cuidado. Con una mano me hacía señas para que me acercara despacio, mientras con la otra se llevaba un dedo a los labios, pidiéndome silencio.
Cuando llegué a su lado, me tomó con fuerza por los hombros y me miró fijamente a los ojos.
—Ese caballo… —me dijo en un tono apenas audible— ese caballo mató a un trabajador hace un mes. Nadie se le acerca, hijita, nadie.
Sus palabras me dejaron sin aliento. Con el tiempo mi madre me explicó, que un hombre de la hacienda había intentado domarlo y, en un ataque de furia, el caballo lo había derribado y pisoteado hasta dejarlo sin vida. Desde entonces, todos lo temían y lo mantenían aislado.
En ese momento cuando mi abuela me dijo esas palabras No entendí mucho, pero al mirar al caballo una última vez antes de entrar a la casa, no sentí miedo. Él seguía allí, tranquilo, mirándome con esos ojos oscuros y profundos que parecían hablar un idioma que solo Dios entendía.
Ahora, al recordar ese verano, sé que fue la mano de Dios si, Su mano protectora la que me guardó ese día, como lo ha hecho tantas veces en mi vida. El caballo que todos temían me dejó acercarme, como si en ese momento supiera que no estaba sola, que el Eterno estaba conmigo, protegiéndome como siempre.
Quisiera agregar algo a esta historia de mi niñez, siempre pienso en esta historia y jamás se me ha olvidado, porque ha sido un estandarte en mi vida, de como Dios desde niña ha cuidado de mi y como el enemigo desde niña quiso destruirme. Alabado sea el Eterno que ha estado siempre a mi lado interrumpiendo el plan del enemigo.